Siendo un niño, e interrogándome sobre el acto creativo que observaba en mi padre, garabateé cuatro notas en un pentagrama y se lo entregué a él para que las tocara al piano. Mi padre interpretó, de modo arrebatado y maravillosamente afectado, una hermosa melodía que nunca escribí. Quedé fascinado por mi talento y su indolora surgencia. La vida me ha demostrado que tal talento mágico jamás existió, pero eso no ha acabado impidiéndome seguir escribiendo música para cortometrajes, documentales y obras de teatro, además de componer y arreglar múltiples piezas para coro, mi instrumento predilecto. Ahora Narbona me recluta para su tropa; intentaré aportar algo de insensatez y de juego, aquello que me impulsó a escribir mis primeras notas.
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